Gabriel del Gotto

El Acabado: Andy. E1.

Portada de Alexis Ramses Lopez Castro
Por aquel entonces para mí era fácil regresar a casa, allí me esperaba mucha comida, unas buenas bocinas para escuchar música y una vagina rosada e hinchada. Todo lo que vestía y tenía era original y de marca, ninguno de mis conocidos cercanos había pasado ni cerca de la frontera con Haiti y yo estaba en México. No era ni beisbolista, ni musico, era solo un muchacho pobre que había alcanzado ese gran sueño para la mayoría de muchachos pobres de Santo Domingo que es salir de Santo Domingo y este hecho me hacía sentir victorioso ante la vida. No más violencia, no mas vivir como si ser pobre significase ser un delincuente, no mas engaños, paranoia y caos. La verdad es que no me hacía muchas preguntas, estaba feliz. Tengo a Mamá enferma y a dos hermanos idiotas en Santo Domingo, quiero hacer las cosas bien y en grande, me decía y sentía que ahora podía. No hacerme rico, sino aprovechar la oportunidad, garantizarme tranquilidad, quizá un Audi, un Mercedes, una casita en la playa, un par de sirvientas para mamá, un yatecito, nada del otro mundo, simplemente mas, como cualquiera. Se siente tan bien tener esperanza.

La primera vez que vi Mexico pensé que era el paraíso, mucha comida, mucha gente, mucho negocio, muchas posibilidades… la primera vez que me vieron los mexicanos, pensaron que yo era un músico famoso o algún tipo de atleta; en el mismo aeropuerto más de uno, ante mi asombro e incredulidad, me pidió un autógrafo. Tener mi color de piel nunca había sido tema para mí, si bien es algo muy bueno tener la piel blanca en República Dominicana, lo más importante es no parecer haitiano, lo que sea que eso signifique, yo no parezco haitiano. El hecho es que en Mexico hay muy pocos negros o mulatos, pero los mexicanos ven películas, ven deportes, ven y escuchan toda la basura que los gringos quieren que vean y escuchen, como todos, y aunque los negros y mulatos seguimos sufriendo prejuicios, racismo, desprecio, pobreza y persecución, ahora, al menos, estamos de moda.

Es importante andar bien vestido: un buen corte de pelo, una buena cadena en el cuello, un buen reloj en la muñeca, buen calzado y buena sonrisa, no sea cosa que se te confunda con algún otro negro ignorante y delincuente de esos. A Mexico le debo la vida. 

La vagina rosada e hinchada que me esperaba en casa tenía nombre, Guadalupe o Lupe, como se quiera, un cliché de mujer mexicana; de cara no estaba mal aunque tenía el cuerpo como un barril de cerveza que había rodado desde lo alto del Pico Duarte hasta Punta Cana. Divorciada, me dijo que era cuando la conocí, cobraba en dólares una decente pensión. Religiosa -rezaba al menos dos veces al día-, no trabajaba y decía que era pintora, aunque nunca vi ni un cuadro suyo. Yo, quizá por agradecimiento, quizá respeto, hubiese hecho lo que fuese necesario por seguir con ella, no estaba mal, cocinaba, tenía dinero, me había sacado de Santo Domingo, era blanca, -con sangre francesa y turca-, y era de lo más simpática, con ella podría llevar una vida de ahorro que me permitiese hacer buenos negocios, quizá dejarla preñada y refinar la raza, pensaba.

Que no se mal entienda cuando le llamo “vagina”, lo hago con cariño, arrepentimiento y algo de rencor. El asunto es que Lupe era ninfómana y yo por aquel momento aun era un arrogante con mi sexualidad. Antes de conocerla pensaba que el adicto al sexo era yo, pasaba el día en candela, si hubiese podido halármelo y metérmelo yo mismo, lo hubiese hecho, lo intenté más de una vez. Después de ella, no he vuelto a probar mujer alguna. Me dejó seco, la azarosa. 

Desde que amanecía hasta que anochecía le tenía que dar macana, los pocos ratos libres eran para comer o para Lupe, esa loca del culo, rezar. Era insaciable la hija de la gran puta. Al primer polvo te crees el rey del mundo, los negros y mulatos también estamos de moda en este aspecto, te dices a ti mismo que le has dado el mejor sexo de su vida en esos diez minutos que te tomó darle un orgasmo, ves llorando en un rincón a los fantasmas de todos sus ex amantes, mientras mueves tu miembro como si fuese la espada de la victoria de alguna revolución… al segundo también, pasas de ser un pajero asiduo a todas las paginas porno del Internet a tener una diosa sexual solo para ti y quieres darle con vicio, sientes que estás representando a tu país, familia, barrio, amigos, color… en fin que, estoy seguro de que en algunos diccionarios si buscas la palabra “imbécil” aparece una foto mía con una corona y una teta de Lupe en una mano. Quien nunca ha tenido gallina, piensa que la mierda son los huevos, dice Mamá.

El problema llegó cuando acabó el vicio, cuando ya no queda nada de ti, cuando te empieza a presionar para dar “el siguiente paso”, un hijo, una boda ahora por la iglesia, un “dame un masaje”, un “¿Por qué no estamos teniendo más sexo?”, un “despiértame cuando dejes de llorar” cuando le preguntas si no le has dado suficiente. Ahí lo ideal es ponerse creativo para tenerla bajo control. No más pajas, comer sano, hacer pechadas, conseguir trabajo, un látigo, unas esposas, un bozal, en fin, lo que sea. Yo por lo pronto había decidido que necesitaba trabajo, depender de una mujer loca no es buen proyecto a futuro, pensé después de ver la muerte a la cara al ser asfixiado durante un par de horas por la vagina de Lupe. Lo demás, más adelante, me dije.

El final de aquella luna de miel empezó un día en que ya no quedaba comida, cosa lógica, la maldita loca no quería dejarme salir ni a buscar viveres, tuve que amarrarla a la cama con las sabanas. Llevaba ya tres semanas en Mexico y por puro milagro había visto la calle de en frente de mi nueva casa. “Con mi maldita comida no se juega, mujer”, le dije y me fui, llevándome algunos quinientos pesos mexicanos de su cartera. De camino a buscar qué comer me encontré con una iglesia y se me ocurrió conseguir agua para que el cura de turno la bendijera, estaba desesperado, necesitaba cualquier cosa que me ayudase a sacar el demonio que llevaba dentro Lupe. 

-Mande. -Me dijo sin saludar aquel cura, quien acababa de salir de una confesión junto a otro tipo que tenía más o menos mi edad, veinte y tantos o treinta y pocos, y se había quedado impertinente a mirarnos. 
-Para ver si usted me puede bendecir esta agua, padre. Que tengo una mujer en casa que cree que uno es un robot y puede ser que esté poseída. -Respondí.
-Híjole. -Dijeron ambos.

El cura entonces bendijo el agua sin más preguntas y me dijo que para bodas, bautizos, confesiones y comuniones le llamara en cualquier momento, entregándome su tarjeta de presentación. “Sí, sí, mañana mismo le estoy llamando”, le respondí al cura loco, dandole las gracias y despidiéndome de él para al salir de la iglesia ser abordado por el tipo que antes había estado confesándose con este y se había quedado impertinente a mirarnos. “Oye… ¿La chava esta tiene hermanas?” me preguntó.

Su nombre era Chui, era sobrino de quién sería mi jefe, el señor Marino. Aunque Chui parecía de pocas luces, era también una excelente excusa para mantenerme fuera de casa. “Andy, mucho gusto, mi hermanito ¿Usted sabe dónde uno puede conseguir comida a buen precio y sin mucho picante?”, le pregunté. Me acompañó a lo de una señora que según este “vende los mejores tacos chilangos”. Recuerdo que me comí más de diez y me fumé más de quince cigarrillos respondiendo sin ganas a las preguntas de Chui, “¿De donde eres, güey?”, “Dominicano”, “¿Te gusta el dembow?”, “Sí”, “¿A poco te gusta El Alfa también?”, “Normal”,“¿A poco que están chulas las dominicanas?”, “Depende”, “¿Estás llorando, güey?”, “Vieja de mierda, le dije que sin picante”.

-Yo estoy bien, mamá. ¿Usted cómo está? ¿Tiene medicina? -le pregunté a mamá, a la que decidí llamar para hacer tiempo en lo que caminaba al supermercado con Chui.
-Mi amor, yo estoy bien, no te preocupes por mi. Eres tú quien quiero que esté bien, mi muchachito. ¿Estás comiendo bien? 
-Sí, mamá. Todo muy bueno por aquí. 
-Quiero que hagas una familia como hombre de bien. Ya después me vienes a presentar a mis nietos. ¿Ya encontraste trabajo? 
-No, señora. Pero salgo todos los días a buscar ese trabajito. 
-Así es, mi niño hermoso. ¿Te estás llevando bien con Lupe? Llámame más. ¿Tú sabes lo que es no saber en qué andará tu muchachito? ¿Tú sabes la falta que me haces? -agregó mi viejita linda. 
-La quiero mucho, mamá.
-¿Está nevando por allá, mi amor?
-No mamá, no sé si aquí nieve, déjeme ver. -Chui ¿Aquí nieva?-

Cuando volví a casa, dos o tres horas más tarde, tras ir al supermercado y pasear por el barrio con Chui, a quien conocían todos y todos me miraban como si fuese extraterrestre, Lupe seguía amarrada, sudaba y movía la pelvis como si le hiciese el amor a algún espectro, rogándome que se lo metiera, como si recitara un rosario. “Hija de la gran puta, toma agua”, dije entre dientes mientras le tiraba toda el agua bendita encima. Acabé metiéndoselo por misericordia, pero haciendo conciencia de la caja de Pandora que había abierto: negarle sexo a Lupegina, -palabra que me acabo de inventar, mezcla entre Lupe y Vagina-, la hacía más hambrienta, más frenética, más perra. “Con lo bien que estaba yo de pajero”, me decía mientras le metía el salami medio flácido en que se me había convertido el güevo. Pero Lupe tampoco era idiota, se daba cuenta de lo que pasaba y no cerraba la puta boca, “¿Estamos bien, Andy?”, “¿Qué te gustaría que hiciéramos, papacito?”, “¿Me quieres?”, “¿Donde estabas?”, “¿Me amas?”. No me quedaba más alternativa que seguirla amarrando para ver si dejaba de hacerme preguntas estúpidas, pero esto le gustaba, le encantaba y así pasaban los días, yo la amarraba, salía a dar una vuelta para no pensar en el monstruo que alimentaba, Chui o algún loco de aquel barrio se nos unían, buscaba trabajo, me fumaba una caja de cigarrillos, volvía a casa con algo de comer y escuchaba con pocas ganas las quejas de Lupe. 

En ese entonces empezó también mi búsqueda espiritual, en bibliotecas publicas, cinematecas, en el bus, donde casi nadie se sentaba a mi lado aunque estuviese lleno, o esperando fuera de casa, mientras la dejaba amarrada a la cama. Buscando trabajo todo el día, de bus en bus, de parada en parada, me leí a Nietzsche, Cioran, Borges, Garcia Cartagena, Rene Del Risco, Pessoa, Whitman, Jung; aprendí de economía, teología, sicología, poesía, filosofía, cocina, lo que sea que llegara a mis manos, lo leía. Recuerdo que me impresionó lo mucho que podía leer y lo mucho que me gustaba, en Santo Domingo nunca me leí ni un puto libro. En fin, la monotonía no se sentía monotonía, pero lo era. “Necesitas papeles para trabajar aquí”, me decían, “pero están en tramites” les decía yo. “No tenemos trabajo de DJ en este bar”, “¿Pero para camarero? Yo no soy DJ”. Pura mierda, estaba obligado a leer y a esperar.

-¿A qué tú te dedicas Chui? 
-Orale. No quieres saber, Güero. -Me dijo
-Necesito hacer dinero, men… Me dijeron para ser guardia de seguridad cobrando una miseria por amanecer y…
-Ya sé, carnal. Pagas el precio de querer hacer las cosas bien, güey. Tienes que perseverar. ¿Qué sabes hacer? 
-Bueno… Sé bailar. 
-No, güey, no mames, ¿Qué sabes hacer, en serio? ¿No te enseñaron algo en tu colonia de allá de dominicana? 

Chui era mal vestido y campechano, ¿Qué iba a saber yo?

Un buen día llegué a casa y la cama estaba vacía. Me di cuenta de que llevaba ya dos días sin tener sexo con Lupe y que Flaubert era un genio. No estaba enamorado de ella ni nada parecido, pero me asusté, le tengo cariño, y aquel olor, a sexo podrido y días sin limpieza, me revolvía el estomago. Cuando al fin decido cambiar las sabanas, luego de quedarme durante un rato observándome metido en esa situación, con una mujer a la que dejé amarrada y ahora no estaba, escuché la puerta, era Lupe, venía junto a otra muchacha. “Ella es Sonia, ¿Te molesta que nos acompañe?”, me dijo, yo no dije nada, sabía lo que me esperaba, “vamos a ver si la variedad me aviva”, pensé tratando de consolarme. Y así fue. El ingrediente Sonia me animó, hasta sentí el impulso de decirle a Lupe que la quería. Me dijo que podíamos jugar, que podíamos invitar personas de confianza a compartir con nosotros, que podíamos estar juntos y salir a cazar cada cuál por su lado, siempre y cuando todo fuese para compartir entre nosotros dos. 

Después de Sonia, conocimos a María, Andrea, Rosenda, Carla, en fin… Tras esto empezamos a tomarnos nuestro tiempo, hablábamos, cocinábamos, hasta llegamos a orar una que otra vez, y ya no tenía que amarrarla con tanta frecuencia, si me cansaba, dejaba a la amiga de turno que trabajara. Me encantó la idea, diversión, diversión, diversión hasta que ya no. Ese día se apareció con Rusty y la que era su novia por aquel entonces. “Hoy me toca a mi”, dijo Lupe, “me gustan los dominicanos”. ¡Perra hija de la gran puta! Me trajo a un maldito tipo de algún maldito barrio marginal de Santo Domingo, como si ya no hubiesen demasiados malditos tipos de malditos barrios marginales de Santo Domingo en esta casa, pensé mientras apretaba los dientes, “Saludos, Rusty, ¿Tú eres el que va limpiar la casa?” le dije. Rusty sonrió, “Qué lo qué, de lo mío, te traje esta ofrenda, que Lupe me dijo que te iba a gustar.” me respondió entregándome una botella de ron Siboney. Me sentí un desagradable, Siboney es difícil de conseguir hasta en Santo Domingo. Y que suerte que había tan buen ron, tras tres tragos me sentí en confianza y acabamos cantando y bailando toda la noche.

-¿Te la pasaste bien, Papacito? -me preguntó Lupe a la mañana siguiente.

-Yo pensaba que los habías traído para hacer una orgía o algo así. -le respondí
-Claro que para eso fue que les invité, pero ustedes se la estaban pasando tan bien, que sentí que te lo merecías. Todo el día buscando chamba, mi mulatico lindo, y dandole amor a tú mexicanita. Lo mereces. ¿Cuándo crees que deberíamos invitarles de nuevo? ¿A poco no son linda pareja?
-No me gustan los hombres, Lupe. No me jodas. 
-No mames, Andy ¿Cómo sabes? ¿No estás seguro de quién eres?
-Sabiéndolo, Lupe del coño.
-Andy, estamos en esto para vivir cosas, Papacito, para amarnos, para compartir amor y ser libres. Me dijiste que querías ser libre, experimentar, vivir y por eso decidí volver a Mexico contigo. Yo me quería quedar en Santo Domingo. Esto es la libertad. Que ahora no quieras ni intentarlo, cuando yo he querido intentar todo contigo, me sabe muy mal… Aparte, no más tienes que dejarte llevar, Papacito, no tienes ni que tocarlo si no quieres… 
-Pero… Lupe… -dije mordiendo mis labios sin saber discutir su razonamiento-.
-¿A poco que soy tu esclava, Andy? A huevo, yo sólo doy, nunca recibo, ¿no? -me respondió mientras lloraba y me tiraba todo lo que le llegaba a la mano.- ¡egotista!, ¡aprovechado! ¡me paso el día mendigándote mugre cariño y tú ni madres! ¡Puto!

Loca de mierda. La verdad es que sí me hacía ilusión volver a encontrarme con Rusty. Sentir hermandad hacía alguien, te hace sentir protegido, fuerte, inteligente, confiado. Hacía ya dos meses y medio que había dejado mi país y Rusty me había recordado que lo extraño y además, no tenía porqué pasar nada entre él y yo. “Tomaremos cerveza, quizá ron, cantaremos clásicos del merengue y la salsa, le vamos a dar tan duro a esas dos mujeres que se pasaran un mes caminando como cangrejos, nos fumaremos un cigarro y seremos hermanitos de leche.” Me dije y sonreí. “The Dominican gang hits your ass again”. La nostalgia funciona de manera rara, un día antes me había despertado negando mi país, me juntan con otro dominicano y ya soy el más dominicano del mundo. Además, Lupe ya no me molestaba ni con matrimonio por la iglesia, niños, ni nada parecido. Tal vez merecía ser complacida, pensé. 

-Pasado mañana en la noche, Lupe. ¿Bien?
-¡Ese es mi Papacito! -dijo dejando caer un plato que amenazaba con lanzarme y cambiando de estado de animo como si estuviese actuando para llevarse un Oscar.

-Consigue alcohol, mucho, por favor.
-¡Lo que quiera mi mulatico hermoso! -me respondió la psicópata.

La verdad, no recuerdo nada de esa noche, o sí recuerdo, pero recuerdos como pedazos revueltos de rompecabezas distintos. Nosotros cuatro en una cama hecha para dos, Rusty y yo lado a lado como si fuésemos dos gladiadores ante el coliseo, sonrisas, manos, tetas, culos. Al despertar a la mañana siguiente sentí que la cabeza me iba a explotar y que era muy feliz, los vasos medio vacíos sobre el gavetero tenían moscas sobre ellos y la luz que entraba por la ventana las hacia parecer como luciérnagas de sombras, Rusty estaba acostado casi sobre mi y mis brazos se acomodaban a él, Lupe y la mujer de Rusty sobre nosotros, no recuerdo el orden, solo recuerdo la belleza de esa mañana. “Soy un dios, soy Dionisio, Brad Pitt con swing, Lebron James, Anthony Rios en mil novecientos ochenta y tres, El Marques de Sade, Tu Real Negrito Lindo, Omega El Fuerte, soy todos, soy Andy”, dije para mi mismo como si algún reino me hubiese elegido rey.

Me levanté cuidadoso de entre ellos, estaba pegajoso del sudor y me moría de sed. Me senté desnudo en el piso a contemplarlos mientras me tomaba lo que quedaba de uno de aquellos vasos. Sentí la alfombra en mis muslos y el brisa entrar suave por la ventana, era un espectáculo maravilloso toda aquella escena. No pude evitar sonreír para ser descubierto por Rusty quien abría los ojos y también me sonreía. 

-La pasamos bien ¿Verdad? -Le dije a Rusty-.
-Loco, increíble. -Me respondió su sonrisa infantil.
-¿Cómo te metió en esta vuelta tu mujer? 
-¡Ja! Yo la metí a ella. 
-¡Ja! ¿Y de dónde tú conoces a mi mujer? -le pregunté.
-¿Cómo de dónde? ¿Tú no sabes?
-¿Qué cosa? 
-En Internet, viejo. Ella puso un anuncio. Le di porque decía “Dominicano y Mexicana buscan aventuras”, miré a mi mujer y le dije “Mira tú, igual que nosotros” y aquí estamos. 
-Hija del diablo no le dice nada a uno. 

La mente del ocioso es el patio donde juega El Diablo, dice Mamá. Despues de aquella noche de locura, fuimos agrandando el grupo. Lupe, Rusty, la mujer de Rusty, amigos nuevos, amigos viejos y yo. De día buscaba trabajo y daba vueltas con Chui y de noche me transformaba en el Batman de los culos. Mi casa se había transformado en un templo, yo su sacerdote. Ya Lupe no me molestaba, siempre había comida, todo era maravilloso.

Cuando Rusty y yo no nos veíamos, nos llamábamos. Hasta encontramos un bar en mi barrio donde pasaban los juegos de Grandes Ligas, los Yankees después de Derek Jeter seguían hechos mierda, pero al menos podía burlarme de Rusty que era de los Red Sox. Cervecita por aquí, chicharrón por allá, un poquito de marihuana y pa la casa, que solo se vive una vez. A Chui no le gustaba el beisbol, decía que el futbol era su único deporte, pero lo convencí para que al menos dijese que era de los Yankees para molestar a Rusty, quien de hecho, le había caído bastante bien. 

-Ya no me dejes sola, Andy. ¿A donde te metes? -Me dijo Lupe unas semanas después.
-Amor mío, ando buscando trabajo. Quiero aportar a nuestro hogar. -Le respondí pensando en lo mucho que había tardado en volverme a molestar.
-Pero yo te doy todo lo que necesitas, Papacito. No te vayas tanto tiempo.
-No quiero que te canses de mi, Lupita linda. 
-Te necesito.

En fin, que cada vez que aquella mujer abría la boca me imaginaba haciendo una app donde estuviese grabada su voz para aquellos que sufren de insomnio. Me imaginaba haciéndonos ricos y tirándole un saco de dinero encima mientras estuviese amarrada. 

-Güero, -me dijo Chui, a la tarde siguiente-, ¿Sabes conducir? 
-¿Manejar? Sí. Hasta aviones manejo yo. 
-Orale. Pues te vienes esta tarde con nosotros a chambear. 
-¡Gracias mi negro! ¿Qué hay que hacer?

-Tú no más que conducir, güey. Vente a la troca, te voy a enseñar el camino. Te lo tienes que aprender, deja tu celular.

Ese fue mi primer trabajo y mis primeros cuatro mil pesos mexicanos. Una fortuna que no quise cuestionar de la emoción que tenía. Yo sólo hice manejar una camioneta, esperar unos minutos a que Chui y sus amigos recogieran algunas cosas y regresar. Quizá dos horas y media nos tomó. Casi tres meses buscando trabajo, al fin rendían frutos.

-Mi hermano Chui, soy tuyo, hoy, mañana y siempre, pa lo que quieras. -le dije a Chui, quien estoy seguro había ganado más dinero que yo y seguía vistiendo como un payaso-. te traje esta camisa de regalo, es poca cosa, pero me gusta verte bien. Creo que es de tu talla.  

Chui me sonrió y me dijo que la usaría feliz cuando tuviese que volver a la oficina. 

-¿Y tú trabajas en una oficina, mi loco? -le pregunté extrañado- ¿Están buscando empleados?

Tras despedirme de Chui llamé a Rusty para celebrar. Rusty estaba en la embajada dominicana, donde trabaja y me ayudaba a resolver unos documentos, de Las Lomas Chapultepec, que es donde está la embajada, a casa es más o menos una hora de camino, teniamos tiempo para celebrar en grande esa misma noche. Tenía dinero y trabajar me había devuelto el brío de pajero al cuerpo. Hasta llegué a pensar preguntarle a Chui si tenía amigas para que viniese con nosotros, pero recordé que mamá dice que no se caga donde se come y Chui me había demostrado que debía tratarlo con cuidado y respeto, además de que era bajito, raro de cara, mal vestido, olía a mueble viejo y su imagen desnudo sudando cerca de mi, no me interesaba demasiado. 

Llegué apresurado a casa, estaba feliz, junto a la camisa que regalé a Chui, había comprado flores, chocolates y lubricante a Lupe. Soy dominicano, nadie puede culparme, adoro ser romántico con las mujeres blancas. Recuerdo como ahora que ahí iba yo, casi saltando de alegría, sintiéndome enamorado de todo, el cielo estaba claro, la gente me sonreía, yo era el Bruno Mars de algún Uptown Funk, esperando ver la cara de Lupe cuando le diese sus regalos y le contase que había ganado dinero, “esta noche le haré el amor y el amor nos hará”, me dije. Todos los poemas cursis que había leído en esos meses estaban frescos en mi. Al abrir la puerta yo solo vi la sangre que estaba en el piso. Lupe estaba tirada en el sofá. Tenía las muñecas abiertas, un cuchillo y una biblia, descansaban bajo su mano sobre su estomago, como si estuviese tranquila, como quien se ha quedado dormido mientras jugaba con el celular, como si el drama fuese la vocación de esta mujer hasta para matarse. Aquella imagen casi me provoca vomitar, sus brazos parecían dos cuencos de espagueti mojado derramados. Lubricante, chocolates y flores cayeron al piso y fue lo único que escuché desde que había entrado, todo era silencio, ni un pajarito, ni las bocinas lejanas de algún carro, nada y de repente todo. Gritos en mi cabeza. No sabía qué hacer, no entendía lo que veía, caminé de un lado a otro y repetí, pensando, sabía que lo que fuese lo tenía que hacer rápido. ¿Y si llamo a la policía y me pegan un tiro pensando que soy otro negro delincuente de esos? ¿Qué hago? ¿Sigue viva? ¿Qué coño pasó aquí? ¿Será un chiste? ¿Y mi celular? ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Y ahora? 

-¡Lupe, coñazo! -le grité como si creyese que era un chiste.

Ella seguía tibia. No se me ocurrió otra cosa que hacerle un torniquete con los cordones de mis Nike Air Jordan, los cuales quedaron inservibles, y llamar a Chui quien se apareció casi de inmediato.

-¡¿Por qué putas no has llamado una ambulancia, güey?! -me gritó Chui tomando el teléfono y marcando.
-¡No me sé el número!
-¡Nueve uno uno, cabrón! 
-¡Qué sé yo! -Le grité desesperado.
-Pinche Lupe, güey, otra puta vez… 
-¿Qué? -¿O habré imaginado que solté un “qué”? 

¿Cuándo le dije a Chui qué Lupe se llama Lupe? ¿Le dije? ¿Qué otra vez qué? ¿Qué coño pasa aquí? ¿Será culpa mía? ¿Qué hice mal? ¿Qué voy a hacer ahora?. Preguntas, yo era un catalogo gigante de preguntas. Las cárceles están llenos de negros ignorantes y arrogantes que son catálogos de preguntas.

“La señorita Lamothe está en un estado crítico, ha perdido mucha sangre y el estado de su embarazo es muy delicado. Esperemos a ver como reacciona las próximas veinticuatro horas”. Es lo único que recuerdo nos dijo el medico que la atendió. Mi memoria ese día no estaba bien, nada en mí lo estaba. Podría durar horas explicando todas las emociones que sentía, pero hay cosas que hay vivirlas para entenderlas. “¿Por qué me haces esto Lupe?” Recuerdo que pensé.  

-¿Está embarazada, güey? -me preguntó Chui.
-¿De dónde diablos tú conoces a Lupe, Chui? ¿Amigos del barrio?
-Es la viuda de mi carnal El Godines, güey, él la trajo a la vecindad. ¿Está embarazada?
-¿Quién? 
-¡Lupita, cabrón!
-No, no, yo qué sé. ¡¿Qué de quien es qué tú dices que es viuda, Chui?!

-El Godines, güero. Lo mataron hace un año en un trabajo en Arizona. ¿Está embarazada o qué?
-¿Por qué tú dijiste eso de “otra vez”? ¿Ella lo había hecho antes?
-Sí, güero. Quedó muy mal cuando le mataron a El Godines, se iban a casar y toda la madre. Creí que sabías que estaba pinche loca La Lupe. 
-Pero… pero no loca así, Chui. Loca normal, loca bien, como nosotros.
-Eso no es loco, cabrón ¡Esto es loco! ¿No quieres tener el escuincle o qué, güey? ¡¿Está o no embarazada?!
-¿Y tú sabías de ella cuando me conociste?
-No, cuando te dimos trabajo sí. Te lo dimos por ella, cabrón. Por ella y por ti. ¿Está embarazada o qué, cabrón?
-¡No sé! ¡¿Qué carajo voy a saber?! ¿Qué carajo voy a hacer yo ahora, Chui? No estoy entendiendo nada.
-A ver, espérame tantito… ¿Cuando supiste que estaba embarazada, güey? 
-¡Ahora mismo! ¡Ahora! ¡Igual que tú! ¡Dime! ¡Coño! ¿Qué carajo hago, men? ¡Dime!

Chui entonces se hizo silencio por largo rato, mientras yo seguía caminando de un lado a otro de aquella sala de espera, donde todos, -qué maldita sorpresa-, me miraban como si fuese un extraterrestre. “¡Es fuckin maldito negro que soy, no un maldito mono!”, pensaba y respiraba. Todo me irritaba, las enfermeras, las caras planas de los mexicanos, los teléfonos sonando, los murmullos del gentío, el culo que me picaba, el aire acondicionado dañado…

"Te toca cuidarla, carnal. Si necesitas algo, no más avisa. Eres amigo, güey. Nosotros te cuidamos.” Me interrumpió Chui al despedirse de mi aquel día. Yo ni pude mirarle. 

La policía llegó luego, me hicieron algunas preguntas sin más, por suerte aceptaron que les recitara mi numero de pasaporte de memoria y lo escribieron en un papel que guardaron estrujado en un bolsillo, en estos años de internet, pensé, los policías mexicanos todavía van a papel y bolsillo, como si fuesen dominicanos. Claro que les di el número que no era, ¿qué clase de gente enferma se aprende su número de pasaporte? Un rato más tarde el doctor vino a donde mí para decirme que se retiraba y que Lupe quedaría interna, no sabía hasta cuándo. 

-¿Y quién sabe doctor? -Le pregunté y este me respondió con una mueca mientras se iba.

Mamá dice que no existe nada que preñe más rápido que un hombre desempleado. Al otro día supimos que lo perdió y que Lupe posiblemente haya quedado con algún tipo de daño cerebral, pero que aun era muy pronto para arrojar conclusiones. Simpáticos y con tacto los doctores aquí. Me encerré en el baño y lloré. Yo lo hubiese querido, que me importa a mí estar desempleado, el dinero ya está hecho. La hubiese querido a ella por dármelo o dármela. No sé si Chui estaba convencido de lo que le decía, pero al verme vacío de cualquier emoción, un par de días después que fue a visitarnos, me abrazó como sólo un hermano podría abrazarme, no un hermano como los dos idiotas que tengo en Santo Domingo, sino como un hermano de espíritu, un abrazo como solo Rusty me había dado en los últimos meses. 

Nos pasamos casi un mes en el hospital, ella semi inconsciente de las drogas que le metieron y yo semi inconsciente de dudas, bloqueado, ahogado en un mar de mí mismo: ¿No era yo quien era un dios? ¿No era esto lo que ella quería? ¿Por qué no abortar y ya? ¿Por qué abortar? ¿Qué coño estuve haciendo que no lo vi venir? Cuando decía psicópata no lo decía en serio. ¿Era mío o era de Rusty? ¿Importa eso cuando se trata de darle amor a un inocente? ¿No estaba loca por mí esta mujer? ¿Quién soy? ¿Un insignificante? ¿Un pobre negro ignorante y delincuente de esos? ¿Por qué a mis amigos blancos les paren muchachos y a mí no solo no me los paren sino que se tratan de suicidar con la sola idea? Soy nadie. 

Los siguientes días estuve hecho un zombie. Rusty no paraba de llamar y yo no paraba de ignorar sus llamadas. Solo me movía para fumar y caminar sin rumbo a la orilla de aquel hospital. No quería hablar con nadie, no me interesaba nada, ni siquiera comer. ¿Qué podía hacer? Dependía completamente de Lupe y sólo me interesaba esperarla, quería escucharlo de ella, quería que ella me dijera porqué. Mamá ya no me decía nada, hacía muchos días que no la llamaba igual, pero sus dichos, esos que estaban siempre en mí, ya no estaban más. Me pasaba el día hablando de ella y ya ni la llamaba, no lo sentía, -todavía me pasa-; cuando has sido un hijo jodido como yo, que sabe que ha aportado más a las enfermedades que a su curación, no tienes el coraje de hablarle, quieres hacer las cosas bien para ganar ese derecho, pero sólo lo empeoras cada día, a cada segundo. Y justo esto pasó después.

-Híjole güero, das pena… -me dijo Chui desde su carro cuando me encontró fumando mientras caminaba en las aceras al rededor del hospital.
-Gracias, mi hermanito. 
-¿Cómo sigue? 
-Loquísima. El doctor dice que le dará el alta dentro de unos días, dependiendo del resultado que den los medicamentos. Hijo de su maldita madre, que si le puedo pagar una institución psiquiátrica, me preguntó.
-¿Tú qué vas a hacer, güero?
-No tengo a dónde ir, Chui, ni como ayudarle. ¿Qué voy a hacer? Quedarme con ella. Cuidarla.
-¿Sabes usar una de estas? -me preguntó Chui sacando de su bolsillo una  pistola. 
-¿Una “Glock 17” nueve por nueve Parabellum? 
-Sí. -Me respondió mirando incrédulo la pistola.
-No. No sé lo que es eso. 
-No mames, güero, ¿Te late o no te late? 
-Chui, yo no quiero cagarla. Soy extranjero, peor, soy extranjero y negro. Soy un imán de balas perdidas solamente por eso, brother. 
-Güero, eres mi cuate, te estoy haciendo un favor, vente. No más estarás ahí para parecer que somos muchos y todos están con nosotros.
-¿La policía? 
-Sí.
-¿Las pistolas de los otros tipos?
-No pinche mames, güero. ¿Te vienes o qué, güey? ¿Vas a ayudar a la Lupe con buenas intenciones? Ándale, ve a dónde el doctorcito y háblale de tus buenas intenciones. 
-¿Nada más para hacer bulto es que voy?
-¿Mande? 
-Si es nada más para que parezcamos muchos que voy.
-Que sí, güero. Es trabajo de rutina. 
-¿Va a haber qué matar a alguien?
-Güey, ya no chingues. Tres mil dolaritos para ti y la Lupe. ¿Aceptas la chamba o no?
-¿Cuánto? -le pregunté mientras rodeaba su carro y abría la puerta del pasajero. 

Para ese entonces ya me gustaba el picante. A Lupe le mando quinientos dólares todos los días quince de cada mes. Sé que está bien, salió a la semana del hospital y se toma su medicina, pero ya no se me hace fácil volver a casa.\

Gabriel del Gotto.

delgotto

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