Maquiavelo en Quisqueya: lecciones para una clase política sin plan
Por Gabriel del Gotto
"La política no tiene relación con la moral." Así sentenció Nicolás Maquiavelo en El Príncipe, el manual más descarnado de poder jamás escrito. Aunque lo pensó para las cortes italianas del Renacimiento, cualquiera diría que hablaba de República Dominicana en pleno siglo XXI.
República Dominicana vive hoy una paradoja: hemos transitado hacia gobiernos democráticos, pero seguimos atrapados en prácticas de corte feudal. A cada elección le sigue la repartición de feudos, la lealtad no se da por principios sino por conveniencia, y el poder se ejerce como si aún estuviéramos en una isla sin instituciones.
Maquiavelo advertía que quien conquista un territorio nuevo debe deshacerse del linaje anterior o integrarlo a su estructura de poder. Lo primero garantiza obediencia. Lo segundo, gobernabilidad. El PRM, tras romper con el PLD en 2020, optó por una tercera vía: ni los eliminó simbólicamente ni los integró estratégicamente. Cedió espacios, promovió tránsfugas, pagó chantajes y despreció a muchos de sus propios soldados.
El resultado ha sido una administración que a ratos parece rehén de sus adversarios internos y que gobierna con un "equipo prestado", como si el poder real estuviera en manos ajenas. Maquiavelo lo decía claro: "Quien toma el poder con ayuda de los grandes, se hace su servidor; quien lo toma con ayuda del pueblo, puede conservarlo con mayor facilidad.”
1 – Leonel y Danilo: dos príncipes de manual
Pocos han entendido y aplicado mejor a Maquiavelo en la historia reciente dominicana que Leonel Fernández. Su primer regreso al poder, en 2004, fue una obra maestra: esperó que el PRD se desangrara, se posicionó como el estadista sereno en medio del caos y cabalgó el descontento con una narrativa de modernización.
Pero como advertía Maquiavelo, el problema no es llegar, sino mantenerse. Y ahí comenzó su error: construyó una estructura de poder demasiado personalista. Al no forjar una institucionalidad partidaria real, su salida del PLD provocó una fractura inevitable.
Danilo Medina, por su parte, logró algo notable: desplazar al fundador del poder partidario sin sangre aparente. Pero en vez de estabilizar el reino, lo convirtió en un cuartel. Su obsesión por el control y por cooptar todos los poderes del Estado acabó sofocando al propio PLD. Gobernó con eficacia administrativa, sí, pero sin visión trascendente. Danilo fue temido por su partido, pero nunca amado por la ciudadanía.
2 – Miguel y Papá: el poder sin brújula
Miguel Vargas Maldonado es el ejemplo de lo que Maquiavelo hubiera llamado un príncipe sin virtù. Llegó al liderazgo del PRD más por artimañas que por carisma, y su alianza con el PLD fue más transacción que proyecto. Terminó aislado, con un sello partidario vacío de contenido.
Hipólito Mejía, en cambio, fue todo virtud sin control. Su carisma le ganó afecto, pero también desorden. Maquiavelo advertía que el príncipe debe tener el carácter de un zorro para evitar las trampas, y de un león para asustar a los lobos. Hipólito fue más gallo que zorro: peleó con su propia sombra y subestimó a sus adversarios. Su famoso "¡Llegó papá!" funcionaba en campaña, pero no construyó estructura ni visión duradera. El PRD terminó dividido, y el país, en crisis.
3 – Lealtades prestadas, medios comprados
Uno de los errores más costosos del presente ha sido confundir apoyo con lealtad. Sin una narrativa clara, lo que queda es cálculo. Y el cálculo se vende al mejor postor.
Hoy vemos a funcionarios que, como señores feudales, pagan a medios chantajistas para protegerse a título personal, aunque eso implique dinamitar la narrativa del gobierno al que pertenecen. Como en los tiempos de Balaguer, donde empresarios financiaban medios paralelos para chantajear a sus competidores, hoy algunos actores políticos y empresariales prefieren proteger sus parcelas antes que sostener el proyecto nacional.
Maquiavelo decía: “Quien tolera el desorden para evitar la guerra, primero tendrá el desorden y después la guerra.”
Luis Abinader enfrenta aquí una encrucijada. Tal vez lo sabe todo, tal vez solo una parte. Pero permitirlo, por omisión o cautela, es asumir un costo invisible: la fragmentación del poder simbólico. Porque no se puede construir una nación cuando cada quien defiende lo suyo pagando al verdugo de su propio gobierno. Es el momento de decidir si será el árbitro de una lucha entre barones, o el arquitecto de un nuevo Estado.
4 – Intelectuales huérfanos, poder sin ideas
Maquiavelo no era solo un estratega político. Era un hombre de letras. Su visión del poder incluía la palabra, la memoria y el pensamiento. Por eso advertía que ningún gobierno se sostiene por la espada: necesita ideas que lo legitimen, voces que lo expliquen, relatos que lo trasciendan.
El PLD lo entendió desde el principio. Leonel Fernández supo rodearse de intelectuales, los exaltó, los hizo parte del proyecto. Bajo su ala, escritores, ensayistas, historiadores y tecnócratas encontraron un lugar desde donde influir y construir. Gobernar también es narrar, y quien domina el relato, domina el tiempo.
El PRD, en cambio, despreciaba a sus intelectuales o los usaba como utilería. Confundía asesores pagos con pensamiento propio. Era un partido de pueblo, pero sin discurso de país. Gritaba, pero no pensaba. Y aunque tuvo figuras como Orlando Martínez y Hugo Tolentino Dipp, las fue dejando fuera. Nunca logró traducir su potencia popular en una visión de largo plazo.
El PRM, heredero del PRD, corre el mismo riesgo. Tras llegar al poder, desestimó a muchas de sus voces críticas y prefirió influencers que adulaban antes que intelectuales que cuestionaban. Pero como diría Maquiavelo, "los aduladores abundan, y los hombres se complacen tanto en sus propias cosas, que difícilmente se defienden de ellos".
Un poder sin intelectuales es un poder sin espejo. Nadie le dice la verdad, nadie le recuerda por qué empezó, nadie le advierte hacia dónde va. Y un gobierno que no reflexiona, se repite.
5 – ¿Y ahora qué? La oportunidad maquiavélica del PRM
“El fin justifica los medios” es quizás la frase más injustamente atribuida a Maquiavelo. Él nunca lo escribió así. Pero sí dejó claro que el poder necesita inteligencia, audacia y propósito. Con la reelección de Luis Abinader en 2024, el PRM tiene una última oportunidad de hacer lo que Maquiavelo hubiera exigido: consolidar su poder con firmeza y visión.
Eso no significa autoritarismo, sino claridad estratégica. Gobernar no es solo administrar: es transformar.
Paso uno: cortar las cabezas del pasado. No literalmente, claro, pero sí en sentido político. No puede haber pacto con quienes minan el proyecto desde dentro o sabotean desde afuera. “El que es causa de que otro se haga poderoso, se arruina”.
Paso dos: narrar un proyecto de país. Muchos dominicanos no saben en qué cree el PRM. ¿Es un proyecto de cambio? ¿Una coalición de intereses? ¿Una maquinaria electoral sin alma?
Paso tres: cuidar al pueblo. El verdadero escudo del poder no son los nobles, sino el respaldo popular. Si el PRM no enamora de nuevo a su militancia y convoca a los jóvenes con una narrativa clara, corre el riesgo de repetir la historia del PLD: victoria tras victoria, hasta la derrota total.
Epílogo: el arte de sostener el poder
Maquiavelo escribió El Príncipe para un mundo donde la traición era norma, la palabra valía poco y el poder era frágil. A veces parecería que escribía sobre nosotros. Pero dejó una advertencia: "Los hombres olvidan antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio".
En política, la desafección se paga caro. Si la clase dirigente sigue sin dolientes, sin visión y sin sentido histórico, serán otros los que cuenten la historia. O peor aún: no quedará nadie para contarla.
La historia dominicana tiene muchas derrotas anunciadas. Esta aún se puede reescribir. Pero hará falta más que encuestas: carácter.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.