Hay una lĂnea fina entre cobrar y ganarse el sueldo. La primera te da estabilidad; la segunda, sentido. Cobrar te mantiene; ganarte el sueldo te da nombre, obra y sueño. El cheque es papel; la obra, rastro.
Hablo de todo oficio: talleres y oficinas, aulas y cabinas de radio, hospitales y fincas de cacao. En lo pĂşblico y en lo privado, la inercia premia la permanencia; el oficio, el resultado. Quien ama crear no quiere dinero quieto: quiere reto y propĂłsito.
Soñar no es lujo: es herramienta. Sin agenda, el sueño es un espejismo caro. “Quien tiene un porquĂ© encontrará casi cualquier cĂłmo”, escribiĂł Nietzsche. El porquĂ© lo pones tĂş; el cĂłmo se llama trabajo bien hecho.
La excelencia no cae del cielo: se cultiva. Will Durant, resumiendo a AristĂłteles, dijo que somos lo que hacemos repetidamente. Si repites excusas, te vuelves excusas; si repites rigor, te vuelves necesario. La reputaciĂłn es el eco de lo que haces cuando nadie mira. Y MartĂ dejĂł el algoritmo antes de los algoritmos: hacer es la mejor manera de decir.
Hannah Arendt distinguiĂł entre labor, trabajo y acciĂłn. En calle llana: no basta con ocupar horas ni producir cosas; Hay que provocar cambios. La acciĂłn ocurre cuando un gesto tuyo altera una realidad. Por eso la fe en lo que haces no es mĂstica; es metodo. Creer es seguir corrigiendo cuando nadie aplaude.
Esto vale para todos: la enfermera que no se salta el protocolo; el herrero que lima una vez más; la maestra que prepara clase aunque no la evalĂşen; el programador que documenta; el mĂşsico que ensaya cuando ya no dan ganas; la atleta que repite el movimiento hasta que el cuerpo lo entiende; el panadero que ajusta la levadura por humedad. EnamĂłrate del problema, no del aplauso. Lo demás es utilerĂa.
Ganarse el sueldo es un arte de tres movimientos: promete poco, mide todo, corrige sin queja. Sin mĂ©tricas caminas a ciegas; sin correcciĂłn te hunde el orgullo; sin prudencia te mata la vanidad. “Debes cambiar tu vida”, ordena Rilke desde un torso de mármol. TambiĂ©n en el oficio: si no mejora el indicador, cambia el proceso; Si no mejora el proceso, cambia tĂş.
No hay vergĂĽenza en querer crecer. La hay en dormirse en la hamaca mental del cargo, el tĂtulo o la etiqueta. Lo que degrada no es moverse: es quedarse donde ya no aportas. Hay gente que vive de los puestos; otros, de lo que producen. Los primeros coleccionan credenciales; los segundos, catalogo de obra. Y la vida —que huele la utilidad— respeta más a los segundos.
La picardĂa tambiĂ©n cuenta. El profesional serio no se casa con el cargo: se casa con el problema. Cuando sube, no sube Ă©l solo: sube sus soluciones. Trabaja con fechas, no con pretextos. Aprende a decir “no” a lo urgente que sabotea lo importante. Priorizar es cortesĂa con tu misiĂłn. A veces eso exige irse. No por rabia, sino por respeto. Un salario sin obra es una siesta con traje.
Una orquesta, una empresa, una instituciĂłn pĂşblica, una familia, una banda de barrio: todo mejora cuando la gente decide ganarse el sueldo. Menos guardianes del ritual y más artesanos de resultado. El emprendimiento, el servicio, el arte, el deporte: lo verdadero empieza el dĂa despuĂ©s del aplauso, cuando toca mantener, iterar, sostener.
Porque el verdadero privilegio no es tener un cheque fijo: es la libertad de hacer algo que valga la pena. Y esa libertad no te la regalan: te la ganas cuando tu nombre y tu resultado se vuelven sinĂłnimos. Cuando alguien, al ver una obra terminada, pueda decir —sin saber quiĂ©n eres—: aquĂ trabajaste tĂş.
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