 |
Portada de Alexis Ramsés López Castro |
Por aquel entonces para mí era fácil regresar a casa, allí me esperaba mucha comida, un buen equipo de música y una mujer desesperada por mis huesos. Todo lo que vestía y tenía era original y de marca, ninguno de mis conocidos había pasado ni cerca de la frontera con Haití y yo estaba en México. No era ni beisbolista, ni musico, ni famoso, era un muchacho pobre de Santo Domingo que había alcanzado ese gran sueño para la mayoría de muchachos pobres de Santo Domingo que es salir de Santo Domingo, y este hecho me hacía sentir victorioso ante la vida. No más violencia, no más vivir como si ser pobre significase ser un delincuente, no más engaño y caos. No me hacía muchas preguntas, estaba feliz, “Tengo a mamá achacosa ya dos hermanos idiotas en Santo Domingo, quiero hacer las cosas bien y en grande, puedo ayudar”, me decía, y sentía que sería fácil lograrlo. No necesito hacerme rico, sino aprovechar la oportunidad, garantizarme tranquilidad, quizás un Mercedes Benz, una casita en la playa, un par de sirvientas para mamá, un yate, nada del otro mundo, simplemente más, como cualquiera. Se siente bien tener esperanza.
La primera vez que vi México pensé que era el paraíso, mucha comida, mucha gente, mucho negocio, muchas posibilidades… la primera vez que me vieron los mexicanos pensaron que yo era algún tipo de cantante; en el mismo aeropuerto, al llegar, más de uno, ante mi incredulidad, me pidió un autógrafo o una foto. Tener mi color de piel nunca había sido tema para mí, si bien es algo bueno ser blanco en República Dominicana, lo más importante es no parecer haitiano, y yo, gracias a Dios, no parezco haitiano. El hecho es que en Mexico hay muy pocos negros o mulatos, pero los mexicanos ven películas, deportes, videos musicales, ven y escuchan toda la basura que los gringos quieren que vean y escuchen, como todos, y aunque los negros y mulatos siguen sufriendo prejuicios, racismo y opresión, ahora al menos, estamos de moda.
Si vas a ser negro o mulato, es importante andar bien vestido: un buen corte de pelo, una buena cadena en el cuello, un buen reloj en la muñeca, buen calzado y buena sonrisa, no sea cosa que se te confunda con algún otro negro ignorante y delincuente de esos. Mi amigo Rainier siempre me decía “el hombre negro debe ser alegre, buen bailador o ser virtuoso, de lo contrario, mejor que no se mezcle entre la gente”. A México le debe la vida.
La mujer desesperada por mis huesos que me esperaba en casa tenía nombre, Guadalupe o Lupe, como se quiera, un cliché de mujer mexicana, si es que esto existe; de cara no estaba mal aunque tenía el cuerpo como un barril de cerveza que había rodado desde el Pico Duarte hasta Punta Cana, era una vagina rosada e hinchada que prometía más que político en campaña. Divorciada, dijo cuando le conocí, cobraba en dólares una pensión decente que nos permitía algunos lujos pequeños; religiosa -rezaba al menos dos veces al día-, no trabajaba y decía que era pintora, aunque nunca vi un cuadro suyo ni la vi pintar.
Yo, quizás por agradecimiento, quizás respeto, hubiera hecho lo que fuese necesario por seguir con ella, no estaba mal, cocinaba, tenía dinero, me había sacado de Santo Domingo, era blanca, -con sangre francesa y turca, no se cansaba de repetir-, y era de lo más simpática. Con ella podría llevar una vida de ahorro que me permita hacer buenos negocios, quizás dejarla preñada y refinar mi raza.
Que no se mal entienda cuando le llamo “vagina”, lo hago con cariño, arrepentimiento y algo de rencor. El asunto es que Lupe era ninfómana y yo por aquel entonces arrogante como ninguno. Me creía el Superman de la cama, el Batman de los culos, el villano de los corazones. Antes de conocerla pensaba que era adicto al sexo, me pasaba el día en candela, si hubiera podido halármelo y pegármelo a mí mismo, lo hubiera hecho, lo intenté más de una vez. Después de ella, no él volvió a probar mujer alguna. Me dejé seco.
Desde que amanecía hasta que anochecía le tenía que dar macana, los pocos ratos libres eran para comer o para Lupe, esa loca del culo, rezar. Era insaciable la hija de la gran puta. Al primer polvo te crees el rey del mundo, -los negros y mulatos también estamos de moda en este aspecto-, te dices a ti mismo que le has dado el mejor sexo de su vida en esos diez minutos con cuarenta y cinco segundos que te tomó darle un orgasmo, ves llorando en un rincón a los fantasmas de todos sus ex amantes, mientras mueves tu miembro como si fuese la espada de la victoria de alguna revolución… al segundo polvo también, pasas de ser un pajero asiduo a todas las páginas porno de Internet a tener una diosa sexual solo para ti y quieres darle con vicio, sientes que estás representando a tu país, familia, barrio, equipo de pelota… en fin que, estoy seguro de que en algunos diccionarios si buscas la palabra “imbécil” aparece una foto mía con una corona y una teta de Lupe en una mano. Quien nunca ha tenido gallina, piensa que la mierda son los huevos, dice Mamá.
El problema llegó cuando acabó el vicio, cuando ya no queda nada de ti, cuando te empieza a presionar para dar “el siguiente paso”, un hijo, una boda ahora por la iglesia, un “dame un masaje”, un “¿Por qué no estamos teniendo más sexo?”, un “despiértame cuando dejes de llorar” cuando le preguntas si no le has dado suficiente. Ahí lo ideal es ponerse creativo para tenerla bajo control. No más pajas, comer sano, hacer pechadas, subir y bajar escaleras, conseguir trabajo, un látigo, unas esposas, un bozal, en fin, lo que sea. Yo por lo pronto había decidido que necesitaba trabajo, dependiente de una mujer loca no es buen proyecto a futuro, pensé después de ver la muerte a la cara al ser asfixiado durante lo que se sintieron tres meses y medio por la vagina de Lupe. Lo demás, más adelante, me dije.
El final de aquella luna de miel empezó un día en que ya no quedaba comida, cosa lógica, la maldita loca no quería dejarme salir ni a buscar víveres, por lo que tuve que amarrarla a la cama con las sabanas. Llevaba ya tres semanas y media en Mexico y por puro milagro había visto la calle de en frente de mi nueva casa. “Con mi maldita comida no se juega, mujer”, le dije y me fui, llevándome algunos quinientos pesos mexicanos de su cartera. De camino a buscar qué comer me encontré con una iglesia y se me ocurrió conseguir agua para que el cura de turno la bendijera, estaba desesperado, necesitaba cualquier cosa que me ayudara a sacar el demonio que llevaba dentro de Lupe.
-Mandé. -Me dijo sin saludar aquel cura, un hombre bajito, gordo y con cachetes de conejo, que acababa de salir de una confesión junto a otro tipo que tenía más o menos mi edad, veinte y tantos o treinta y pocos, y se había quedado impertinente a mirarnos.
-Para ver si usted me puede bendecir esta agua, padre, tengo una mujer en casa que cree que uno es un robot y sospecho que está poseída. -Respondí.
-Híjole. -Dijeron ambos.
El cura entonces me miró y miró al otro con una seriedad pasmosa y bendijo el agua. Entregándome su tarjeta de presentación me dijo que para bodas, bautizos, confesiones y comuniones le llamara en cualquier momento. “Sí, sí, mañana mismo le estoy llamando”, le respondí al cura loco, dándole las gracias y despidiéndome de él para al salir de la iglesia ser abordado por el tipo que antes había estado confesándose con este y se había quedado impertinente a escucharnos. “Oye… ¿La chava esta tiene hermanas?” —pregunté.
Su nombre era Chui, era sobrino de quién sería mi jefe, el señor Marino. Aunque Chui parecía de pocas luces, era también una excelente excusa para mantenerme fuera de casa. “Andy, mucho gusto, mi hermanito ¿Usted sabe dónde uno puede conseguir comida a buen precio y sin mucho picante?”, le preguntó. Me acompañó a lo de una señora que según este “vende los mejores tacos chilangos”. Recuerdo que me comí más de diez y me fumé más de quince cigarrillos respondiendo sin ganas a las preguntas de Chui, “¿De donde eres, güey?”, “Dominicano”, “¿Te gusta el dembow?”, “Sí”, “¿A poco te gusta El Alfa también?”, “Normal”, “¿A poco que están chulas las dominicanas?”, “Depende”, “¿Estás llorando, güey?”, “Vieja de mierda, le dije que sin picante”.
-Yo estoy bien, mamá. ¿Usted cómo está? ¿Tiene medicamentos? -le preguntó a mamá, a la que decidió llamar para hacer tiempo en lo que caminaba al supermercado con Chui.
-Mi amor, yo estoy bien, no te preocupes por mi. Eres tú quien quiero que esté bien, mi muchachito. ¿Estás comiendo bien?
-Sí, mamá. Todo muy bueno por aquí.
-Quiero que hagas una familia como hombre de bien. Ya después me vienes a presentar a mis nietos. ¿Ya encontraste trabajo?
-No, señora. Pero salgo todos los días a buscar ese trabajito.
-Así es, mi niño hermoso. ¿Te estás llevando bien con Lupe? Llámame más. ¿Tú sabes lo que es no saber en qué andará tu muchachito? ¿Tú sabes la falta que me haces? -agregó mi viejita linda.
-La quiero mucho, mamá.
-¿Está nevando por allá, mi amor?
-No mamá, no sé si aquí nieve, déjeme preguntar. -Chui ¿Aquí nieva?-
Aquel día vi hermosas esas calles mexicanas. Le dije a Chui que aquello era mi cosa favorita de estar allí.
-¿Qué cosa? -me preguntó
-Esto… caminar. ¿No viste que el clima es fresco y cada edificio parece que cuenta algo diferente al otro?
Cuando regresó a casa, dos o tres horas más tarde, tras ir al supermercado y pasear por el barrio con Chui, a quien conocía todos, y todos me miraban como si fuese extraterrestre, Lupe seguía amarrada, sudaba y movía la pelvis como si le hiciese el amor a algún espectro, rogándome que se lo metiera, como si recitara un rosario. “Hija de la gran puta, toma agua”, dije entre dientes mientras le tiraba toda el agua bendita encima. Acabé metiéndoselo por pena, pero haciendo conciencia de la caja de Pandora que había abierto: negarle sexo a Lupegina, -palabra que me acabo de inventar, mezcla entre Lupe y Vagina-, la hacía más hambrienta, más frenética, más perra. “Con lo bien que estaba yo de pajero”, me decía mientras le metía el salami flácido en que se me había convertido el miembro. Pero Lupe tampoco era idiota, se daba cuenta de lo que pasaba y no cerraba la boca, “¿Estamos bien, Andy?”, “¿Qué te gustaría que hiciéramos, papacito?”, “¿Me quieres?”, “¿Donde estabas?”, “¿Me amas?”. No me quedaba más alternativa que seguirla amarrando para ver si dejaba de hacerme preguntas estúpidas, pero esto le gustaba, le encantaba y así pasaban los días, yo la amarraba, salía a dar una vuelta para no pensar en el monstruo que alimentaba, Chui o algún loco de aquel barrio se me unían, buscaba trabajo, perdía el tiempo, me fumaba una caja de cigarrillos, regresaba a casa con algo de comer y escuchaba con pocas ganas las quejas de Lupe.
En ese entonces empezó también mi búsqueda espiritual, en bibliotecas públicas, cinetecas, en el autobús, donde casi nadie se sentaba a mi lado aunque estuviese lleno, o esperando fuera de casa, mientras la dejaba amarrada a la cama.
Buscando trabajo todo el día, de bus en bus, de parada en parada, me leí a Nietzsche, Borges, René Del Risco, Pessoa, Whitman, Jung; aprendí de economía, teología, sicología, poesía, filosofía, cocina. Lo que sea que llegara a mis manos, lo leía. Recuerdo que me impresionó lo mucho que podía leer y lo mucho que me gustaba, en Santo Domingo nunca leí ni un periódico, aquí, haciendo tiempo y evitando ver las redes donde estaban mis amigos haciendo todo lo que me gusta, yo era Lord Byron y Lorca en un jardín de Luis XIV. En fin, la monotonía no se sentía monotonía, pero lo era, ser un extranjero muchas veces es como ser un preso, aunque yo nunca estuve preso. “Necesitas papeles para trabajar aquí”, me decían, “pero están en tramites” les decía yo. “No tenemos trabajo de DJ en este bar”, “¿Pero para camarero? Yo no soy DJ”. Pura mierda, estaba obligado a leer ya esperar.
-¿A qué tú te dedicas Chui?
-Oral. No quieres saber, Güero. -Me dijo
-Necesito hacer dinero, hermano… Me dijeron para ser guardia de seguridad cobrando una miseria por amanecer y…
-Ya sé, carnal. Pagas el precio de querer hacer las cosas bien, güey. Tienes que perseverar. ¿Qué sabes hacer? -Interrumpió Chui
-Bueno… Sé bailar.
-No, güey, no mames, ¿Qué sabes hacer, en serio? ¿No te enseñaron algo en tu colonia de dominicana?
Chui era mal vestido y campechano, le gustaba caminar como a mí y, en resumen, parecía actor secundario de El Chavo del 8… ¿Qué iba yo a saber?
Un buen día llegué a casa y la cama estaba vacía. Me di cuenta de que llevaba ya dos días sin tener sexo con Lupe y que Flaubert era un genio. No estaba enamorado de ella ni nada parecido, pero me asusté, le tenía cariño, y aquel olor, a sexo podrido y días sin limpieza, me revolvía el estomago. Cuando al fin decido cambiar las sabanas, luego de quedarme durante un rato, pasmado, observándome metido en aquella escena, con una mujer a la que dejé amarrada y ahora no estaba, escuché la puerta, era Lupe, venía junto a otra muchacha. “Ella es Sonia, ¿Te molesta que nos acompañe?”, me dijo, yo no dije nada, sabía lo que me esperaba, “vamos a ver si la variedad me aviva”, pensé tratando de consolarme. Y así fue. El ingrediente Sonia me animó, hasta sintió el impulso de decirle a Lupe que la quería. Me dijo que podíamos jugar, que podíamos invitar personas de confianza a compartir con nosotros, que podíamos estar juntos y salir a cazar cada uno por su lado, siempre y cuando todo fuese para compartir entre nosotros dos.
Después de Sonia, conocimos a María, Andrea, Rosenda, Laura, en fin… Tras esto empezamos a tomarnos nuestro tiempo, hablábamos, cocinábamos, hasta llegamos a orar una que otra vez, y ya no tenía que amarrarla con tanta frecuencia, si me cansaba, dejaba a la amiga de turno que trabajara. Me encantó la idea, diversión, diversión, diversión hasta que ya no. Ese día se apareció con Rusty y la que era su novia por aquel entonces. “Hoy me toca a mi”, dijo Lupe, “me gustan los dominicanos”. “¡Perra hija de la gran puta! Me trajo a un maldito tipo de algún maldito barrio marginal de Santo Domingo, como si ya no hubieran demasiados malditos tipos de malditos barrios marginales de Santo Domingo en esta casa”, pensé mientras apretaba los dientes. “Saludos, Rusty, ¿Tú eres quién va a limpiar la casa?” le dije. Rusty enojado, “Qué lo qué, de lo mío, le traje esta ofrenda, que Lupe me dijo que le iba a gustar”. Me respondió entregándome una botella de ron Siboney. Me sentí un completo desagradable, Siboney es un ron difícil de conseguir incluso en Santo Domingo.
Tras tres tragos entré en confianza y acabamos cantando y bailando toda la noche. Tremendo tercio, El Rusty.
-¿Te la pasaste bien, Papacito? -me preguntó Lupe a la mañana siguiente.
-Yo pensaba que los habías traído para hacer una orgía o algo así. -le respondí
-Claro que para eso fue que les invitaron, pero ustedes se la estaban pasando tan bien, que sentí que te lo merecías. Todo el día buscando chamba, mi mulatico lindo, y dándole amor a tú mexicanita. Lo mereces. ¿Cuándo crees que deberíamos invitarles de nuevo? ¿A poco no son linda pareja?
-No me gustan los hombres, Lupe. No, jodas.
-No mames, Andy ¿Cómo sabes? ¿No estás seguro de quién eres?
-Sabiéndolo, Lupe del coño. ¿Qué mierda es esa de si estoy seguro?
-Andy, estamos en esto para vivir cosas, Papacito, para amarnos, para compartir amor y ser libres. Me dijiste que querías ser libre, experimentar, vivir y por eso decidí volver a México contigo. Yo me quería quedar en Santo Domingo. Esto es la libertad. Que ahora no quieras ni intentarlo, cuando yo he querido intentar todo contigo, me sabe muy mal… Aparte, no más tienes que dejarte llevar, Papacito, no tienes ni que tocarlo si no quieres…
-Pero… Lupe… -dije mordiendo mis labios sin saber discutir su razonamiento-.
-¿A poco que soy tu esclava, Andy? A huevo, yo sólo doy, y doy y nunca recibo, ¿no? -me respondió mientras lloraba y me tiraba todo lo que le llegaba a la mano.- ¡egotista!, ¡pinche aprovechado! ¡me paso el día mendigándote mugre cariño y tú ni madres! ¡Puto!
Loca de mierda. La verdad es que sí me hacía ilusión volver a encontrarme con Rusty. Sentir hermana hacía alguien, te hace sentir protegido, fuerte, inteligente, confiado. Hacía ya dos meses y medio que había dejado mi país y Rusty me había recordado que lo extraño y además, no tenía porqué pasar nada entre él y yo. “Tomaremos cerveza, quizás ron, cantaremos clásicos del merengue y la salsa, le vamos a dar tan duro a esas dos mujeres que se pasarán un mes caminando como cangrejos, nos fumaremos un cigarro y seremos hermanitos de leche.” Me dije y sonreí. “La pandilla dominicana te vuelve a dar en el culo”. La nostalgia funciona de manera rara, un día antes me había despertado negando mi país, me juntan con otro dominicano y ya soy el heredero de algún padre de la patria. Además, Lupe ya no me molestaba ni con matrimonio por la iglesia, ni hijos, ni con nada parecido. Tal vez merecía ser complacida, pensé.
-Pasado mañana en la noche, Lupe. ¿Bien?
-¡Ese es mi Papacito! -dijo dejando caer un plato que amenazaba con lanzarme y cambiando de estado de animo como si estuviese actuando para llevarse un Oscar.
-Consigue alcohol, Lupe, mucho, por favor.
-¡Lo que quiera mi mulatico hermoso! -me respondió dando saltos de alegría la psicópata.
La verdad, no recuerdo nada de aquella noche, o sí recuerdo, pero recuerdos como pedazos revueltos de rompecabezas distintos. Nosotros cuatro en una cama hecha para dos, Rusty y yo lado a lado como si fuésemos dos gladiadores ante el coliseo, sonrisas, manos, tetas, culos. Al despertar a la mañana siguiente sentí que la cabeza me iba a explotar y que era muy feliz, los vasos medio vacíos sobre el gavetero tenían moscas sobre ellos y la luz que entraba por la ventana las hacia parecer como luciérnagas de sombras, Rusty estaba acostado casi sobre mi y mis brazos se acomodaban a él, Lupe y la mujer de Rusty sobre nosotros, no recuerdo el orden, solo recuerdo la belleza de esa mañana. “Soy un dios, soy Dionisio, Brad Pitt con swing, Lebron James, Anthony Rios en mil novecientos ochenta y tres, El Marques de Sade, Tu Real Negrito Lindo, Omega El Fuerte, soy todos, soy Andy”, dije para mi mismo como si algún reino me hubiera elegido rey.
Me levanté cuidadoso de entre ellos, estaba pegajoso del sudor y me moría de sed. Me senté desnudo en el piso a contemplarlos mientras me tomaba lo que quedaba de uno de aquellos vasos sabor a gasolina y jugo de limón. Sentí la alfombra en mis muslos y la brisa entrar suave por la ventana, era un espectáculo aquella escena. No pude evitar sonreír para ser descubierto por Rusty quien abría los ojos para acompañar mi sonrisa.
-La pasamos bien ¿Verdad? -Le dije a Rusty-.
-Loco, increíble. -Me respondió con una sonrisa cómplice.
-¿Cómo te metió en esta vuelta tu mujer? -Le pregunté
-¡Ja! La conocí.
-¡Ja! ¿Y de dónde conoces a mi mujer? -continuar.
-¿Cómo de dónde? ¿No sabes?
-¿Qué cosa?
-De Internet, hermano. Ella puso un anuncio. Le di porque decía “Dominicano y Mexicana buscan aventuras”, miré a mi mujer y le dije “Mira tú, igual que nosotros” y aquí estamos.
-Loca de mierda. -susurré entrecerrando los ojos.
La mente del ocioso es el patio donde juega El Diablo, dice Mamá. Después de aquella noche de locura fuimos ampliando el grupo. Lupe, Rusty, la mujer de Rusty, amigas nuevas, amigas viejas y yo. De día buscaba trabajo y daba vueltas con Chui, de noche me transformaba en el ChatGPT de las nalgas. Mi casa, una o dos veces por semana, se había transformado en un templo, yo en su sacerdote. Lupe cuando no le daba a la macana, dormía, despertaba o sonreía, siempre había comida, aveces cocinaba ella, otras yo. Tenia musica, comida, amigos; Todo era maravilla.
Cuando Rusty y yo no nos veíamos, nos llamábamos, nos hicimos inseparables. Encontramos un bar en mi barrio donde pasaban los juegos de Grandes Ligas, los Yankees después de Derek Jeter seguían hechos mierda, pero al menos podía burlarme de él que era de los Red Sox. Cervecita por aquí, chicharrón por allá, un par de risas y pa la casa, que solo se vive una vez. A Chui no le gustaba el beisbol, decía que el futbol era su deporte, pero le convencí de decir que apoyaba a los Yankees y así molestar a Rusty, a quien de hecho, le había caído bastante bien, sobre todo por lo serio que se había puesto después de casi ser atropellado por un carro fúnebre del que salvé gracias a que lo empujé a tiempo y donde casi mato a golpes al mexicano mejor vestido del mundo, que lo manejaba. Chuí se interpuso.
Una noche de esas en que el cielo creía que era agosto a pesar de mayo, caminábamos calle abajo los tres al encuentro de alguna plaza donde Rusty tomaría un taxi, mientras reíamos y yo le buscaba formas a los arboles que se mezclaban con las paredes y las farolas, un gringo se nos acercó, su cara recordaba a la de un pollo mojado, el sudor le bajaba por la cara como quien acaba de correr una maratón, la barba hablaba de descuido no de moda, tenia entre veinticuatro y cuarenta y cinco años. Saludó a Chui con la cabeza y con un marcado acento le dijo “Señor”, a Rusty ya mí nos confundió con gringos. Preguntaba por su mujer, decía que había desaparecido, que su familia mexicana no le respondía el teléfono, que temía al crimen organizado y en fin. Chui le preguntó si había considerado que simplemente le había dejado, que el crimen organizado en Ciudad de México no opera de ese modo y, sobre todo, que la última vez que la vio, estaba con él. Recuerdo que se fue sin despedirse, que Rusty bromeó comparando las chapiadoras mexicanas con las dominicanas y que su cara era la misma que yo tenía aquellas primeras semanas, al llegar a casa, después de haberme pasado el día buscando trabajo, justo antes de ir a esa iglesia o conocer a Rusty.
-¿A dónde te metes, Andy? ¿Me caso contigo para perderte? -Me dijo Lupe unas semanas después.
-Amor mío, ando buscando trabajo. Quiero aportar a nuestro hogar y que construyamos una familia. -Le respondí pensando en lo mucho que había tardado en volverme a molestar.
-Pero yo te doy todo lo que necesitas, Papacito. No te vayas tanto tiempo.
-No quiero que te canses de mí, Lupita linda.
-Te necesito.
En fin, que cada vez que aquella mujer abría la boca me imaginaba haciendo una aplicación donde estuviese grabada su voz para aquellos que sufren de insomnio y haciéndonos ricos. Yo tirándole un saco de dinero encima a Lupe, mientras ella explotaba una carcajadas amarradas a la cama.
-Güero, -me dijo Chui, a la tarde siguiente-, ¿Sabes conducir?
-¿Manejar? Si. Hasta aviones manejo yo.
-Oral. Pues te vienes esta tarde con nosotros a chambear.
-¡Gracias mi negro! ¿Qué hay que hacer?
-Tú no más que conducir, güey. Vente a la troca, te voy a enseñar el camino. Te lo tienes que aprender, deja tu celular.
Ese fue mi primer trabajo y mis primeros treinta mil pesos mexicanos. Una fortuna que no quise cuestionar de la emoción que tenía. Yo sólo manejo una camioneta, espero unos minutos a que Chui y sus amigos reconozcan algunas cosas y regresen. Quizás dos horas y media nos tomaron. Casi tres meses buscando trabajo, al fin rendían frutos.
-Mi hermano querido, soy tuyo, hoy, mañana y siempre, pa lo que quieras. -le dije a Chui, quien estoy seguro había ganado más dinero que yo y seguía vistiendo como un payaso-. te traje esta camisa de regalo, es poca cosa, pero me gusta verte bien. Creo que es de tu talla.
Chui me sonrojó y me dijo que la usaría feliz cuando tuviese que volver a la oficina.
-¿Y tú trabajas en una oficina, mi loco? -le preguntó extrañado- ¿Están buscando empleados?
Tras despedirme de Chui llamé a Rusty para celebrar. Rusty estaba en la embajada dominicana, donde trabajaba, de Las Lomas Chapultepec, que es donde está la embajada, a casa, es más o menos una hora de camino, teníamos tiempo para celebrar en grande esa misma noche. Tenía dinero y trabajar me había devuelto el brío de pajero al cuerpo. Hasta llegué a pensar preguntarle a Chui si tenía amigas para que viniese con nosotros, pero recordé que mamá dice que no se caga donde se viene y Chui me había demostrado que debía tratarlo con cuidado y respeto, además de que era bajito, raro de cara, mal vestido, olía a mueble viejo y su imagen desnudo sudando cerca de mi, no me interesaba demasiado.
Llegué apresurado a casa, estaba feliz, junto a la camisa que regalé a Chui, le compré flores, chocolates y lubricante a Lupe, (soy dominicano, nadie puede culparme, adoro ser romántico con las mujeres blancas). Recuerdo como ahora que ahí iba yo, casi saltando de alegría, sintiéndome enamorado de todo, tarareando las alarmas de los carros, levantando la cara al sol, el cielo estaba claro, la gente me sonreía, yo era el Bruno Mars de algún Uptown Funk, soñando despierto con la cara de Lupe cuando le diese sus regalos y le contase que había ganado dinero, “esta noche le haré el amor y el amor nos hará”, me dije sin recordar de quién era aquella frase. Todos los poemas cursis que había leído en esos meses estaban frescos en mi.
Al abrir la puerta yo solo vi la sangre que estaba en el piso, en el aire. Lupe estaba tirada en el sofá. Tenía las muñecas abiertas, un cuchillo y una biblia, descansaban bajo su mano sobre su estomago, como si estuviese tranquila, como quien se ha quedado dormido mientras jugaba con el celular, como si el drama fuese la vocación de esta mujer hasta para matarse. Aquella imagen casi me provoca vomitar, sus brazos parecían dos cuencos de espaguetis derramados. Lubricante, chocolates y flores cayeron al piso y fue lo único que escuché desde que había entrado por aquella puerta, todo era silencio, ni un pajarito, ni las bocinas lejanas de algún carro, nada y de repente todo. Gritos en mi cabeza. No sabía qué hacer, no entendía lo que veía, caminé de un lado a otro y repetí, pensando, sabía que lo que fuese lo tenía que hacer rápido. ¿Y si llamo a la policía y me pegan un tiro pensando que soy otro negro delincuente de esos? ¿Qué hago? ¿Sigue viva? ¿Qué coño pasó aquí? ¿Será un chiste? ¿Y mi celular? ¿Qué? ¿Quien? ¿Cómo? ¿Y ahora?
-¡Lupe, coñazo! -le grité dudando de si era un chiste.
Ella seguía tibia. No se me ocurrió otra cosa que hacerle un torniquete con los cordones de mis Nike Air Jordan, los cuales quedaron inservibles, y llamar a Chui quien se apareció casi de inmediato.
-¡¿Por qué putas no has llamado una ambulancia, güey?! -me gritó Chui tomando el teléfono y marcando.
-¡No me sé el número!
-¡Nueve uno uno, cabrón!
-¡Qué sé yo! -Grité desesperado.
-Pinche Lupe, güey, otra puta vez…
-¿Qué? -¿O habré imaginado que lo dije?-
¿Cuándo le dije a Chui qué Lupe se llama Lupe? ¿Le dije? ¿Qué otra vez qué? ¿Qué coño pasa aquí? ¿Será culpa mía? ¿Qué hice mal? ¿Qué voy a hacer ahora?. Preguntas, yo era un catálogo gigante de preguntas. Las cárceles están llenas de negros ignorantes y arrogantes que son catálogos de preguntas.
"La señorita Lamothe está en un estado crítico, ha perdido mucha sangre y el estado de su embarazo es muy delicado. Esperamos a ver como reaccionar las próximas veinticuatro horas". Es lo único que recuerdo nos dijo el médico que la atendió. Mi memoria ese día no estaba bien, nada en mí lo estaba. Podría durar horas explicando todas las emociones que sentía, pero hay cosas que hay vivirlas para entenderlas. “¿Por qué me haces esto Lupe?” Recuerdo que pensé.
-¿Estás embarazada, güey? -me preguntó Chui.
-¿De dónde diablos tú conoces a Lupe, Chui? ¿Amigos del barrio?
-Es la viuda de mi carnal El Godines, güey, él la trajo a la colonia. ¿Está embarazada?
-¿Quién?
-¡Lupita, cabrón!
-No, no, yo qué sé. ¡¿Qué de quien es qué tú dices que es viuda, Chui?!
-El Godines, güero. Lo mataron hace un año en un trabajo en Arizona. ¿Está embarazada o qué?
-¿Por qué tú dijiste eso de “otra vez”? ¿Ella lo había hecho antes?
-Sí, güero. Quedó muy mal cuando le mataron a El Godines, se iban a casar y toda la madre. Creí que sabías que estaba pinche loca La Lupe.
-Pero… pero no loca así, Chui. Loca normal, loca bien, como nosotros.
-Eso no es loco, cabrón ¡Esto es loco! ¿No quieres tener el escuincle o qué, güey? ¡¿Está o no embarazada?!
-¿Y tú sabías de ella cuando me conociste?
-No, cuando te dimos trabajo sí. Te lo dimos por ella, cabrón. Por ella y por ti. ¿Está embarazada o qué, cabrón?
-¡Nariz! ¡¿Qué carajo voy a saber?! ¿Qué carajo voy a hacer yo ahora, Chui? No entiendo nada.
-A ver, espérame tantito… ¿Cuando supiste que estaba embarazada, güey?
-¡Ahora mismo! ¡Ahora! ¡Diez centavos! ¡Coño! ¿Qué carajo hago, hermano? Con Lupe, ¡¿Qué hago?! ¡Diez centavos!
Chui entonces se hizo silencio por largo rato, mientras yo seguía caminando de un lado a otro de aquella sala de espera, donde todos, -qué maldita sorpresa-, me miraban como si fuese un extraterrestre. “¡Es jodido negro que soy, no un maldito mono, coño!”, pensaba y respiraba. Todo me irritaba, las enfermeras, las caras planas de los mexicanos, los teléfonos sonando, los murmullos del gentío, el culo que me picaba, el aire acondicionado dañado…
"Te toca cuidarla, carnal. Si necesitas algo, no más avisa. Eres amigo, güey. Nosotros te cuidamos.” Me interrumpió Chui al despedirse de mi aquel día. Yo ya no pude ni mirarle.
La policía llegó luego, me hicieron algunas preguntas sin más, por suerte aceptaron que les recitara mi número de pasaporte de memoria y lo escribieron en un papel que guardaron estrujado en un bolsillo, en estos años de internet, pensé, los policías mexicanos todavía van a papel y bolsillo, como si fueron dominicanos. Claro que les di el número que no era, ¿qué clase de gente enferma se aprende su número de pasaporte? Un rato más tarde el doctor vino a donde mí para decirme que se retiraba y que Lupe quedaría interna, no sabía hasta cuándo.
-¿Y quién sabe doctor? -Le pregunté y este me respondió con una mueca mientras se iba.
Mamá dice que no existe nada que preñe más rápido que un hombre desempleado. Al otro día supimos que lo perdió y que Lupe posiblemente haya quedado con algún tipo de daño cerebral, pero que aún era muy pronto para arrojar conclusiones. Simpáticos y con tacto los doctores aquí. Me encerré en el baño y lloré. Yo lo hubiera querido, que me importa a mí estar desempleado, el dinero ya está hecho. La hubiera querido a ella por dármelo o dármela. No sé si Chui estaba convencido de lo que le decía, pero al verme vacío de cualquier emoción, un par de días después que fue a visitarnos, me abrazó como sólo un hermano podría abrazarme, no un hermano como los dos idiotas que tengo en Santo Domingo, sino como un hermano de espíritu, un abrazo como solo Rusty me había dado en los últimos meses.
Nos pasamos casi un mes en el hospital, ella semi inconsciente de las drogas que le metieron y yo semi inconsciente de dudas, bloqueado, ahogado en un mar de mí mismo: ¿No era yo quien era un dios? ¿No era esto lo que ella quería? ¿Por qué no abortar y ya? ¿Por qué abortar? ¿Qué coño estuve haciendo que no lo vi venir? Cuando decía psicópata no lo decía en serio. ¿Era mía o era de Rusty? ¿Importa eso cuando se trata de darle amor a un inocente? ¿No estaba loca por mí esta mujer? ¿Quién soy? ¿Algo insignificante? ¿Un pobre negro ignorante y delincuente de esos? ¿Por qué a mis amigos blancos les paren muchachos ya mí no solo no me los paren sino que se tratan de suicidarse con la sola idea? Soy nadie.
Los siguientes días estuve hecho un zombie. Rusty no paraba de llamar y yo no paraba de ignorar sus llamadas. Solo me movía para fumar y caminar sin rumbo a la orilla de aquel hospital. No quería hablar con nadie, no me interesaba nada, ni siquiera comer. ¿Qué podía hacer? Dependía completamente de Lupe y sólo me interesaba esperarla, quería escucharlo de ella, quería que ella me dijera porqué. Mamá ya no me decía nada, hacía muchos días que no la llamaban igual, pero sus dichos, esos que estaban siempre en mí, ya no estaban más. Me pasaba el día hablando de ella y ya ni la llamaba, no lo sentía, -todavía me pasaba-; cuando has sido un hijo jodido como yo, que sabe que ha aportado más a las enfermedades que a su curación, no tienes el coraje de hablarle, quieres hacer las cosas bien para ganar ese derecho, pero sólo lo empeoras cada día, a cada segundo. Y justo esto pasó después.
-Híjole güero, das pena… -me dijo Chui desde su carro cuando me encontré fumando mientras caminaba en las aceras al rededor del hospital.
-Gracias, mi hermanito.
-¿Cómo sigue?
-Loquísima. El doctor dice que le dará el alta dentro de unos días, dependiendo del resultado que den los medicamentos. Hijo de su maldita madre, que si le puedo pagar una institución psiquiátrica, me preguntó.
-¿Tú qué vas a hacer, güero?
-No tengo a dónde ir, Chui, ni como ayudarte. ¿Qué voy a hacer? Quedarme con ella. Cuidarla.
-¿Sabes usar una de estas? -me preguntó Chui sacando de su bolsillo una pistola.
-¿Una “Glock 17” nueve por nueve Parabellum?
-Si. -Me respondió mirando incrédulo la pistola y buscando leer lo que decía en el dorso.
-No. No sé lo que es eso.
-No mames, güero, ¿Te late o no te late?
-Chui, yo no quiero cagarla. Soy extranjero, peor, soy extranjero y negro. Soy un imán de balas perdidas solamente por eso, hermano.
-Güero, eres mi cuate, te estoy haciendo un favor, vente. No más estarás ahí para parecer que somos muchos y todos están con nosotros.
-¿La policía?
-Si.
-¿Las pistolas de los otros tipos?
-No pinche mames, güero. ¿Te vienes o qué, güey? ¿Vas a ayudar a la Lupe con buenas intenciones? Ándale, ve a dónde el doctorcito y háblale de tus buenas intenciones.
-¿Nada más para hacer bulto es que voy?
-¿Mande?
-Si es nada más para que parezcamos muchos que voy.
-Que sí, güero. Es trabajo de rutina.
-¿Va a haber qué matar a alguien?
-Güey, ya no chingues. Tres mil dolaritos para ti y la Lupe. ¿Aceptas la chamba o no?
-¿Cuánto? -le preguntó mientras rodeaba su carro y abría la puerta del pasajero.
Para ese entonces ya me gustaba el picante. A Lupe le mando quinientos dólares por quincena. Sé que está bien, salió a la semana del hospital y se toma su medicina, pero ya no se me hace fácil volver a casa. Ya yo era otro, El Acabado.